Los blancos rulos de Mica se llenaban de
polvo cuando la corría a Minnie, que encontraba un lugar seguro en lo más alto
del mueble de la cocina. Al lado del caniche toy, que ahora lucía sus prolijos
pelos con una tonalidad parda por la persecución, estaba Millie con la lengua
afuera. Ambas perras estaban expectantes de cualquier movimiento que haga la
gata, que lamía su cola desde la cima del mostrador, generando la envidia de
todos en esa habitación.
-La única
forma de que haya paz en esta casa, es cuando los tres están durmiendo- me dice
Martín, mientras una mezcla de sonrisa y frustración de le dibuja en la cara.
–A Millie la encontró mi mamá en una publicación de Facebook. Una chica la
había visto muy desnutrida y la ofrecía en adopción. Entonces mi vieja se
contactó en seguida con la chica y se trajo a la “perrita”.
Las tres mascotas son la alegría de la casa,
y a veces los dolores de cabeza, en el hogar de Martín Aravena. En él viven su
madre, su tío y, provisoriamente, Jesús, un amigo de la familia salteño que
ahora estudia en Buenos Aires.
No tiene hermanos de sangre. Pero agradece a
la suerte que le regalo varios compañeros incondicionales de la vida. Jesús es
uno. Pero no se olvida mencionar a Nicolás ni a Alan, que siempre están con él
cuando los necesita. Para responder un mensaje de texto, una llamada por
teléfono o pasar los minutos en el chat. Martín aprovecha toda la tecnología
para mantenerse en contacto con sus amigos, con sus hermanos de la vida.
GUSTOS
El mate amargo ayuda a despabilar y soltar la
lengua en la fresca mañana en Quilmes, mientras de fondo se escucha música de
todo tipo. Del ritmo tropical y pegadizo de Daddy Yankee se pasa al rock
nacional y luego llegará, para quedarse por un par de horas, las canciones
clásicas de Madonna y Michael Jackson.
-A mi
vieja le fascina la música ochentera (sic), y como desde chico la escuchaba
siempre en casa, me quedaron como ídolos ellos dos- explica Martín, que le
otorga un lugar especial en su vida a la música. La escucha en los viajes, en
las esperas de las cursadas, en su casa, cuando está cansado o enojado. Cada
ritmo, excepto la cumbia, acompaña un estado de ánimo de él, lo ayuda a hacer
pasar el tiempo y disfrutar cada instante de cada día.
Algunos pequeños retratos de él con traje de
baño decoran los estantes en donde ahora se posó el gato, tentando a los perros
que ahora rayan las paredes. Son varias las fotografías de Martín haciendo
natación, donde a medida que se veía una mayor estatura las fotos iban
mejorando su calidad progresivamente.
Baja la mirada y se rasca la barbilla cuando
menciona que no está entrenando en una piscina, como lo hace desde los tres
años. Hoy, ya con 25, está por recibirse y los tiempos no le encajan para poder
zambullirse en el agua tres veces por semana.
ESTUDIOS
Sólo le quedan dos materias –y la tesis, la
cual todavía no descifro el tema del que va a hablar- para recibirse de
Licenciado de Comunicación Social. Empezó en la extensión de la Universidad
Nacional de La Plata que queda en Moreno, pero las dos cátedras que le quedan
ya no se cursan más allí, por lo que tuvo que aventurarse a la ciudad de las
Diagonales.
Se le dibuja un hoyuelo en la mejilla cuando
recuerda el temor a perderse en una ciudad mucho más grande, con gente que
corría y bocinas que sonaban sin parar. Sin embargo, con el tiempo empezó a
acostumbrarse a que hablen de “pollajerías” y no de pollerías, y le encontró el
gusto a acortar cuadras caminando por las diagonales.
-En la
planificación me desenvolví muy bien porque tiene que ver con la elaboración de
proyectos comunicacionales, que me encanta. Además, los trabajos grupales y la
acción conjunta me gustan mucho para llevar adelante un proyecto.- explica
Martín, a la hora de responder por qué eligió la orientación de Planificación
Técnica.
Su elección por la Comunicación Social fue
más una apuesta. No sabía con qué se iba a encontrar, pero sus gustos lo
llevaron allí por decantación. Rechaza las matemáticas, como sus perras
rechazan la posibilidad de rendirse a la hora de esperar que Minnie baje del
estante. Con el paso de las cursadas, los textos, los trabajos y, por supuesto,
el tiempo, le tomó el gusto a la carrera, que ahora lo llena de pasión.
La misma pasión que lo mueve, cada día que
tiene que dar el presente en clases, a levantarse temprano y, casi sin
desayunar, ir a la estación de Once que lo deja en Retiro. Desde allí un
ómnibus de una hora, si no hay un piquete o un accidente de por medio, lo deja
en Plaza Italia, desde donde debe volver a tomar otro colectivo que lo deje en
la Facultad de Periodismo y Comunicación Social. A la vuelta –y después de
aguantar algunas tediosas cursadas- vuelve con la tranquilidad de que no tiene
horario de llegada, pero con la esperanza de que su mamá lo reciba con una
buena cena casera.
-Casi
nunca discutimos, pero si peleamos por algo, no dura mucho- define Martín. Su
madre tenía 16 años en 1988, por lo que ambos recorrieron juntos el proceso de
maduración, creando una relación de compañeros, de amigos, de hermanos.
DISCAPACIDAD
No le tiene miedo al perjuicio, asegura
Martín. Su dificultad motriz no le impide desenvolverse de forma normal por el
inmenso edificio de la Facultad. Tampoco tiene problema alguno para estudiar,
aunque ganas no le sobran. Caracteriza a su método de aprobar materias, con
porcentajes redondeados, donde la imaginación supera por más del doble a los
conocimientos teóricos.
Si bien él es totalmente independiente a la
hora de movilizarse, siente que es necesario gestionar mejoras desde lo
estructural, para que alumnos diferentes dificultades puedan llegar a las aulas
sin inconvenientes. No sólo se queda con rampas o ascensores, sino que tiene
claro que, una vez estén sentados en un banco, reciban contención y atención
pedagógica de parte de los profesionales.
-No es
sólo sentarlo junto al resto que está en la clase, sino que para que los
alumnos puedan llevar al día las materias en la facultad, es necesario un
acompañamiento más cercano. Y los profesores deben tener un asesoramiento en
cuánto a cómo tratar a alguien diferente al resto.- dice Martín, que ahora no
precisa cuidado especial, pero que si lo tuvo cuando era más chico.
Se ríe Martín. Imagina, cuenta chistes,
delira. Su mente, a veces, se desplaza a veces hacia otros lugares y se olvida
de la presencia del corresponsal. Pero la sonrisa no se desdibuja de su cara.
Salvo, cuando Minnie salta del estante, tirando uno de los retratos. Las perras
corren y ladran. Martín, los sigue y grita. La que sigue sonriendo, es la gata.
Fernando Brovelli
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