sábado, 19 de octubre de 2013

Integrar es sumar igualdad

Miembros de la Asociación Azul, profesionales de la Cruz Roja, del ministerio de Salud, y personas en situación de discapacidad dictaron una capacitación para los estudiantes de la UNLP. 

  El antiguo edificio de Humanidades abría sus puertas, a los corresponsales y a cualquiera que busque estar preparado pedagógicamente para enseñar a alumnos en situación de discapacidad. Vemos aquellas vigas externas, que pudieran formar parte de una prisión y estuvo pensada para que lo fuese. Pero esa  misma cárcel que alojaría a drogadictos y asesinos, hoy actúa como mediador de la igualdad social. La responsabilidad, compañerismo y solidaridad que allí habita es exclusivamente gracias a compañeros de distintas facultades de la Universidad Nacional de la Plata, que hicieron que esta reunión sea posible por segunda edición. 

  El lugar éste se encuentra lleno de personas, pero ninguno posee antecedentes penales, sino que son alumnos organizados con el fundamento de ayudar a chicos en situación de discapacidad. La facultad forma parte de un gran proyecto: una capacitación a los estudiantes de la UNLP para ser “Asistentes de Personas con Discapacidad”. La Comisión Universitaria para la Discapacidad no quiso dejar de formar parte, y transformó este edificio con barrotes, en una puerta abierta para futuras modificaciones que aseguren la igualdad de derechos para todos los alumnos. 
Al lado de la titular de la asociación Azul, Elena Dal Bo, se encuentran varios profesionales de la Cruz Roja, en las diferentes salas con las que cuenta la Facultad de Humanidades. En una esquina, casi escondido en la oscuridad, como si quisiera representar a un apresado que busca pasar desapercibido, se ubica un hombre que se presenta orgullosamente como parte de la familia “en situación de discapacidad”, pese a que sólo se notan atisbos de sus dificultades para expresarse. Dicta pautas, confiesa cuales son las necesidades principales de un discapacitado, y confía. Confía que en aquel lugar donde se podría devolver a prisioneros hechos ciudadanos, sirva ahora para forjar profesionales capacitados pedagógicamente. Confía en el poder que confiere la Facultad, ese aura misteriosa que envuelve a cada oyente y lo hace mutar en un militante por la igualdad de derechos. 
  El largo pasillo de planta baja de la facultad es recorrido por media centena de alumnos que esperan los resultados del examen que aprobaría o no la capacitación que estuvieron gestando por un mes. La ansiedad y los nervios se notan en ellos, como quien fuera a escuchar un veredicto que decidiera si queda atrapado entre las rejas de lo regular o puede traspasar muros. La luz del sol entra por la ventana, encegueciendo la mirada de tantos inquietos jóvenes, obligándolos como un recto guardia a moverse a un costado del pasillo.  
  Un silencio inquietante entorpece y espanta a los estudiantes, todos quieren aprobar, todos quieren escuchar el veredicto que los condenará o les permitirá comenzar en este camino que abre nuevas fronteras, que salta muros cubiertos de alambrados eléctricos. Estos chicos podrán ser libres de elegir qué hacer o estudiar, dónde y cómo. Libertad, palabra que recorre la cabeza de todos y cada uno de los universitarios, al igual que los que hubiesen integrado el recinto si no fuera por un cambio de planes en décadas pasadas. 
  Finalmente, un abrazo generalizado llena de amor y fraternidad a ese espacio oscuro y sombrío. Todos están capacitados, todos han aprobado. Ellos, los más de cincuenta universitarios, podrán ahora escoger la igualdad de derechos y la libertad de elección de los alumnos.

María Milagros Rao

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