sábado, 19 de octubre de 2013

Él es "Tato"


 Un verde parque, con el césped podado de forma prolija, nos daba la bienvenida a la biblioteca de la Legislatura. Una puerta marrón, que se escondía en una esquina, nos abría paso a las escaleras para llegar a la oficina de nuestro entrevistado. Un robusto guardia, con una espalda kilométrica y la voz de un barítono, no conocía a Cesar Díaz y nos miraba con cierta desconfianza. ¿”Tato”? Nos preguntó. A nuestra afirmación, el joven no pudo evitar mostrarnos sus blancos dientes detrás de su morena sonrisa.
  Ahora era una secretaria que no llegaba a los treinta, la que nos llevaba hacia el encuentro con “Tato”. Sí, él es “Tato” -cómo el cómico-  por su gusto por los cigarros y el alcohol desde joven, nos explica. Al primer saludo, nos deja en claro con su voz de compadre y un chiste de dos líneas, que las preguntas serán más desestructuradas de lo que habíamos planeado. Tutea, y se deja tutear. Por eso nadie lo llama ni Cesar Luis, ni señor Díaz. “Tato”, sólo “Tato”, repite.
  Nos mira fijo al hablar, casi de forma intimidante, con sus negras gafas de sol “Ray Ban”. Ya conoce cada una de nuestras voces, y donde nos encontramos sentados, por lo que se dirige hacia aquel que lo haya interrogado al responder. Le cuesta no despegarse de las preguntas: se remonta a anécdotas que no podemos evitar que nos lleven a risotadas gruesas, de mal gusto.
  Una netbook pequeña al frente de él lo informa de todas las noticias. También lee los mails a diario, siempre y cuando no sean muy largos. La secretaria ofrece cebar mate, pero él prefiere la botella de agua que tiene a su costado, que sirve sin volcar y nunca deja de estar en la misma medida. Se fija la hora, levantando la fina tapa de vidrio del reloj de maya de cuero y palpando las cuerdas. Se sorprende que hayamos llegado temprano; recomienda que la puntualidad es fundamental para todo aquel que quiera ser periodista. Él sabe de lo que habla: es profesor de Historia del periodismo en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad de La Plata.
  Un antiguo armario sostiene a las decenas de libros que pertenecen a su colección. En otro estudio, tiene miles más. Allí guarda las obras Jauretche y Scalabrini Ortiz, los que adora y son sus referentes. No puede evitar mencionar que Jauretche, “Don Arturo” como lo llama él, es de la localidad de Lincoln, de “sus pagos”. “Tato” también ha escrito libros, ocho en total. Profesor de historia primero, licenciado después y ahora doctor en Comunicación, nos dice que la vida se trata de hacerse fuerte en la adversidad y que siendo consciente se pueden superar los límites.
  Habla rápido, casi sin tomar aire, sólo dándose un descanso para tomar pequeños tragos del vaso de agua que tiene a su costado.  Se ríe, agitando su barba canosa de tres días, cuando le decimos que los grabadores están ya encendidos. “Les voy a hacer la vida imposible cuando desgraben”. Ya tiene experiencia en esto de ser entrevistado: bajo el vidrio de su escritorio guarda una nota que lo retrata como el que “rompe las barreras”. Y no existen palabras más exactas para “Tato”.
  Su gusto de música es variado: va desde el tango, pasa por “Palito” Ortega, y llega hasta la cumbia “de su época”. También escucha mucho folcklore, y una foto con poncho, sombrero y guitarra lo confirma. Su pasión por las melodías nacionales se mezcla con su afición a ir a la cancha de fútbol, que no le resulta problema pese al bastón.  A la de Boca Juniors, especialmente, club de cuál es hincha y orgulloso.
  No le cuesta hablar de él, pero si es más difícil conocer desde su punto de vista a su familia. Casado hace 27 años con Celina, con la que hizo “todo lo que había que hacer”, y padre de dos hijos, Juan Francisco y Ailen. Tiene varias fotos que los muestran en su escritorio. En todas, él con su infaltable sonrisa que roza cada lente de sus gafas negras.
  Se ríe, nuevamente, cuando nos explica como siempre “engancha” a alguien en la calle para que lo ayude. Su vida es eso. Disfruta al máximo todas las experiencias que le dio la vida, que ni el más optimista hubiese imaginado que podría alcanzar. Sabe que la cabeza es la clave en todo ser humano. Y eso hizo “Tato”. Su capacidad, su saber, su experiencia, dejaron a la ceguera en una simple teoría en el papel, que no le pone desafíos insuperables.

Fernando Brovelli

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